domingo, 20 de mayo de 2018

Crónica del festejo de los toros de Alcurrucén


Gentrificación

Por Paz Domingo

El cartel no estaba nada mal entre tanto desfalco premeditado. Y por supuesto, tampoco decepcionó. Los toros impusieron un ritmo diferente a todos los experimentos toreables habituales y deprimentes. No eran carretones de insipidez pero tampoco eran mansos de libro. Los animales de la ganadería que crían los hermanos Lozano tenían su lidia, su faena, su casta en pequeñas proporciones, su enfrentamiento y hasta su lucimiento si se les hubiera hecho frente con cierta perspicacia.

Pero fallaron los maestros y aún estamos preguntado cuál es el motivo de tanto desperdicio. Curro y Juan afectados por el mismo arte, por idéntica cualidad, por similar empaque, por semejante predicamento, por equivalente sutileza para hacernos creer en la hermosura del toreo y por semejante manera de alejarse de ella y del sitio verdadero. Increíble pero cierto. Y no es porque no tuvieran toro, que lo tuvieron para engancharlo en la muleta, para llevarlo, para dejarlo en los terrenos adecuados, para medir bien las tandas necesarias…, para lo que estuvieran dispuestos. Tampoco es porque no sean capaces de hacerlo, pues Curro ya se dejó ver en las alturas con una faena a un manso de Torrealta (de libro, por supuesto) hace ocho años en la Feria de Otoño y Juan del Álamo, sin ir más lejos, también lo realizó el año anterior con un complicadísimo Acurrucén.

Pero en cosas del arte, el misterio es un aliciente y Joselito Adame se puso en artista y en torero como nunca. Aunque también a medias, porque la excelencia la destrozó con un soberbio bajonazo. Nunca antes lo habíamos visto con ese gusto, profundidad y hasta entendimiento. Con sitio y con técnica; con sabiduría y con temple; con naturales y con trincherazos; con verdad y con dominio. Hasta con división de opiniones porque gran parte del público y él mismo se pusieron muy gallitos para que el presidente concediera una orejita después de una cuchillada en los bajos que escandalizó a todos los santos del cielo y de los tendidos.

Estuvo muy artista Joselito. El torero bullidos se sangre caliente y mexicana se había transfigurado para nuestro gusto y afición. Sin embargo, la ley es la ley, incluso la no escrita. Si nos la saltáramos a conveniencia no se haría necesario ir a la guerra para defenderla. Quizá, hay mucho personal que necesita aprender esta premisa. Y no hablo solo de los hermanos independentistas, sino de los nuevos espectadores de los toros que ni saben de sus reglas y premios ni falta que les hace aprenderlas. Infestados están los tendidos aprovechando la desafección de los aficionados. Beben, gritan, te parten en dos la espalda, te insulta y además te dan lección de toros. ¡Hay que fastidiarse! Bueno, eso o no volver más. Depende del gran nivel de hartazgo o de la extraordinaria corpulencia que está adquiriendo el engaño en que se ha convertido la defensa de la fiesta porque sí.

La gentrificación de los tendidos de la plaza de toros es una realidad. No hace falta pico y pala para devolver al barrio el esplendor perdido y hacerlo renacer de sus cenizas en un espectro cargado de diseño. Con unos cuantos hooligans, un espectáculo infumable y una mentira mil veces contada por los líderes torticeros de opinión mediática ya está lista para su sentencia final. Y el final está cerca. Al menos, así lo veo yo.

viernes, 9 de junio de 2017

Puerta Grande de Juan del Álamo en Madrid

Cuando el toreo es verdad
Cómo discernir entre centímetros y años luz

Por Paz Domingo

Cuando se da el toreo auténtico, la verdad se impone desnuda, absoluta, rotunda, y se hace tan nuestra que llega a los pliegues propios de la razón y de la memoria para no escaparse nunca. Así sucede cuando primero se expone, luego se domina, y después se concluye en arrebato de precisión y belleza. Y es que esa razón que todo lo ordena en esta nuestra alma torera no se puede medir con un metro, ni con dos, ni con tres, aunque algunos amigos de lo excesivo estiren la milonga a placer haciendo del milímetro, hectómetro. Y ayer, además de que Juan del Álamo hizo la verdad del toreo, hubo lección de distancias porque el diestro sacó el metro, se puso a la comparación y demostró que el centímetro no es kilómetro y que la distancia entre Marte y Saturno se cuenta en años luz.

A menudo suele pasar que la pasión deje ciego al más propenso a los amores primaverales. Pero decir que el traje del rey es el más preciosista, cuando en realidad el cuerpo regio luce desnudo las vergüenzas, es mucho decir y muy poco medir la verdad. Hace unos días se han dado orejas y puertas grandes por faenas de acompañamiento y sin asomo de mando ni potestad; se han ponderado soberbios bajonazos; algunos animales, por encima de la media es cierto, han sido tratados como seres mitológicos cuando en realidad les han faltado descomunal bravura para creerlo; se han cometido tantas tropelías en la lidia que las sanciones y las multas caen en olvido alevoso; y sobre todo se ha exaltado tanto aquellas banalidades que dan ganas en un día como hoy de comprarse un megáfono y dejarlos sordos en su simpleza.

Pocos apostaban por algo antes de comenzar. Los más entusiastas suponían que Alcurrucén echaría al ruedo algún torito bueno y que quizá El Cid, en una tarde mágica sacaría el potente estilo de su mano izquierda. Sin embargo, en este espectáculo incomprensible a la razón misma pasan cosas inesperadas. Por ejemplo, ver torear en el más preciosita estilo y emocionarse con una poderosa faena de dominio. Dos faenas y dos formas opuestas en la concepción pero con una intensidad arrebatadora que se complementaron hasta el ensueño. Las dos las realizó Juan del Álamo. Por la primera, el público extasiado pidió la Puerta Grande y el presidente contuvo a la masa enloquecida concediendo un solo trofeo, llevándose de paso una de las broncas más monumentales que se recuerdan.

El toro, colorao y en el más puro tipo de su encaste Núñez- despistó con su mansedumbre en los inicios de la faena. Se dolió en el primer contacto con la puya pero se arrancó al caballo en las dos siguientes y hasta empujó en una de ellas. Esta mansedumbre que resultó ser presuntuosa se la quitó Del Álamo en la primera tanda en ayudados por bajo, en el toreo por delante, ganando terreno, ajustando a la muleta las embestidas cada vez más enceladas. A partir de aquí se sucedió la precisión en los tiempos de la faena, en la acople exacto de fuerza y movimiento, en la naturalidad de la ligazón, hasta en la verticalidad y el temple. Le faltó un poco de profundidad y de rotundidad con la espada, circunstancias que no influyeron en el público arrebatado de tanto preciosismo pero sí en la decisión del presidente que no cedió a la petición de las dos orejas.

A partir de este momento, se presumía que con poca cosa que sucediera o saliera por la puerta de chiqueros, Juan del Álamo iba a tener su Puerta Grande. Lo que nadie conjeturaba es que se iba a producir la magia, el dominio, la exactitud y el metro de medir. El manso era de libro, y no el presuntuoso mansurrón nobilísimo de la anterior faena, un pavo de alzada considerable, al que apenas se le pudo picar y que se desentendió también en banderillas. Le llamó el diestro desde los medios y allí sin contemplaciones ni probaturas le metió en los vuelos bajos de la muleta, le impuso  unos derechazos contundentes de autoridad y únicamente superados en la segunda tanda, con el animal ya en las líneas internas del tercio, con el sitio único, con los pitones a la altura del desafío, dejó Juan del Álamo la más categórica demostración de supremacía en el arte del toreo a pie y que en sí misma bien vale la Puerta Grande de Madrid y de la memoria. La entrega fue total, como también lo fue cuando se volcó en tan desafiante arboladura y aunque la espada no quedara clavada en la exactitud, todos -hasta el reservado presidente- reconocimos el poderío de este diestro, la magia de su preciosismo y la contundencia de su toreo cuerpo a cuerpo.

Así es la grandeza de este mundo de toros. Un sortilegio cuando se produce en la verdad. Un sueño que se toca. Una memoria que se acaricia de vez en cuando. Y también, aficionados y amigos en este juego loco y hermoso, hay que sacar el metro de medir y trazar la línea que discrimina los centímetros de los años luz. Por cierto, El Cid quiso evidenciar aquella mano izquierda aunque tiene primero que recordar él mismo cómo se evidencia y Joselito Adame tiene que empezar a ser otro. Lecciones han tenido de sobra. Los demás también.


Madrid. 8 de junio de 2017. Plaza de Las Ventas. Toros de Alcurrucén para El Cid, Joselito Adame y Juan del Álamo.

martes, 30 de mayo de 2017

Sobre la feria San Isidro 2017. Reflexiones

Cuando los novillos son toros, los toros son pavos y viceversa

Por Paz Domingo
Aquí pasa algo raro. Es todo tan mediático, que por mucho que se jure que no es de plástico no hay quién pueda creerlo. Por ejemplo los toros que salen como toros en esta temporada tan renovadora por la puerta de chiqueros de la plaza de Madrid, esa que los cursis afectados reconocen como la cátedra del toreo con mayúsculas, no son toros. Que no los hemos visto, y eso que llevamos ya pasado la mitad del abono de feria. Lo único mencionable fueron dos toros de La Quinta el primer día del ciclo y los novillos de El Montecillo que fueron más toros de tipo y carácter que cualquier ejemplar de este subgénero que está desfilando todos los días.
Así salieron ayer, y anteayer, y anteayer de anteayer. Novillos por toros, tan afectados por una blandura congénita que cualquier apretón con la puya los descoyunta con alevosía y tan dóciles a los engaños que dan ganas de elogiar tanta maestría selectiva y ganadera. El escándalo que puede ser estratosférico se queda en considerable porque los aficionados se desgañitan una y otra vez pero la autoridad competente no hace nada para enviarlos al olvido de los corrales. Lo más extraño es que parecen todos estos toritos clónicos, clónicos, independientemente de la edad –pues las hay de todos los escalas posibles-; de las ganaderías en liza –aunque predomine la que todos saben-; de las selecciones y características de estirpes bovinas –ya que salen con caritas de buenos novillotes imberbes-; incluso de los comportamientos mansurrones y escurridizos, aburridos e insulsos, desesperantes y predecibles.
Esta circunstancia está aireando el verdadero drama de la fiesta, y que no es otro que la evidencia que necesitamos animales resistentes al sometimiento, pero también se está tapando con algunos hechos tan puntuales como escasos y cortos de motivación. Por ejemplo, vemos a toreros con clase sobrada para la excelsitud del toreo sin recursos para manejar o superar esta situación en el triunfo fácil como son Curro Díaz, David Mora, Paco Ureña, Roca Rey, Diego Urdiales, Morenito de Aranda… Y si algo se ha remediado ha sido por asuntos puntuales como la genialidad de un Talavante inspirado a ratos, la sorpresa y esperanza en el clasicismo de Ginés Marín y algunos toros que se cuelan entre tanto remanente y se transfiguran o bien en pavos de categoría (como el sexto de Perera), o bien en nobilísimas ánimas.
Y con todos estos hechos consumados no cabe otra cosa que decir que el nuevo veedor de la moderna empresa tiene fijación por este molde aséptico que selecciona en las dehesas del orbe taurino. Creerá que está habiendo muy bien su trabajo de selección –tan pareja como acomodada- pero en realidad lo que hace es un flaco favor a esta fiesta que más que nunca necesita de credibilidad pues la componenda de tipos y caracteres empequeñecen cualquier sueño de esplendor en el espectáculo en general y en la feria de Madrid en particular.
Muy pocos hombres y mujeres afines a esta fiesta saben que los veedores –de plazas y de toreros- cobran entre un cinco y un diez por ciento por las corridas que se lidian, es decir, un canon institucional que carece de control fiscal y de responsabilidad moral.

Y así nos va. Allá ellos y desventurados de nosotros. 

martes, 16 de mayo de 2017

Crónica. Feria de San Isidro. 15 de mayo de 2017

No se atrevió

Por Paz Domingo
No se atrevió Curro a precipitarse en el toreo excelso. Lo dejó aparcado a escasos milímetros de la perfección y el público entendido allí presente le recordó con igual contundencia tanto sus extraordinarias capacidades toreras como sus miedos para mostrarlas en verdad. Así es Curro Díaz, desde el nombre hasta el temple armónico, desde la elegancia hasta la finura, desde una mano sin par hasta los bajonazos supremos que dejó. Y no fue el único, todo hay que recordarlo, porque sus compañeros de cartel – Paco Ureña y López Simón- también ejecutaron las estocadas como quien perpetra la traición a oscuras y con alevosía.

No se merecieron los ejemplares de Montalvo tanta ingratitud porque todos estaban en consonancia con el manejo sin problemas de su estirpe. Los matices los pusieron las escasas fuerzas de los dos primeros, la bondad tontorrona del tercero, las inmejorables condiciones nobilísimas del cuarto y los igualmente posibles gobiernos del quinto y sexto. Sin embargo, ninguno de los tres diestros pudo con los animales en liza ni hacer el toreo cuando había condiciones. A Curro le faltaron escasos milímetros de que hablaba para que esas medias, esos naturales, esos desmayos fueran pura exactitud; a Paco Ureña le sobró la convicción de que puede torear cualquier cosa que le facilite la Puerta Grande de Madrid y le faltó anunciarse en sí mismo, aprender la lección de que no todo vale para triunfar y sobre todo superar los borrones del estoque; y a López Simón le gustan mucho los sitios en las periferias, los trajes bonitos pero arrugados y, en definitiva, tiene necesidad de un mucho de vergüenza torera para estar y matar.

El público conocedor de otras tardes mágicas de Ureña y Curro, cada cual en sus circunstancias, se entregó al enfado y a la reprimenda. Hay quien puede pensar que fueron fieras alimañas si vemos los partes médicos porque no se entiende que estos animales con tan poco carácter en sus entrañas dejaran dos percances: el del banderillero Manuel Muñoz, herido de gravedad tras una caída en la cara del toro, y Paco Ureña que se quedó empalado en las tablas con un golpe en la espalda del que quedó conmocionado para la lidia. En realidad fueron fallos humanos, comprensibles en este oficio de riesgo donde no hay que perderle la cara al toro jamás.

Curiosamente ayer floreció la cátedra. El aficionado, el entendido, el conocedor estaba en los tendidos. Y se hizo oír. Más que otros días, por cierto. No porque hubiera más en la plaza (cada día quedan menos aficionados) sino porque el público isidril y torerista tampoco es el que era. Bueno, en cierta manera se ha renovado y esta sangre nueva viene sin conocimientos para descifrar las claves de lo que en la plaza sucede. Y así a pelo es imposible digerir este espectáculo: ni para los viejos ni para los advenedizos. Ni sentarse en la plaza saben y no digo más que está todo dicho.


Plaza de toros de Madrid. 15 de mayo de 2017. Feria de San Isidro 2017. 
Corrida de toros de Montalvo para los diestros Curro Díaz, Paco Ureña y López Simón

miércoles, 3 de mayo de 2017

Corrida goyesca. 2 de mayo de 2017. Madrid

Anochece en el reino de Ur

Por Paz Domingo

En el reino de Madrid aún queda sabiduría para discernir la verdad de la apariencia en cuestiones taurómacas. Esa es nuestra esperanza y también la de sus príncipes Ur-diales y Ur-eña que sienten su casa madrileña como propia y sus posibilidades como reivindicación del dominio en el arte auténtico. Pero en este palacio resistente al dominio de la globalidad descafeinada anochece rápido a pesar de que hubiera al final del torneo un vencedor por los pelos. El toro al que Ureña le cortó una oreja resultó ser un ejemplar de la ganadería de Victoriano del Río, bronco, duro y encastado, sin parecido con sus pastueños hermanitos de otras tardes.

Pero los vecinos, que no súbditos, de este feudo tienen un gracejo ponderado. Por los corrillos circulaba la fantasía que un Dos de Mayo en Madrid lo que convenía era arremeter contra los franceses y sus tropas de mamelucos; que los guerrilleros están sobrados de valentía y técnica defensiva pero que necesitan generales de entrañas bravas, pitones y genios indiscutibles con los que enfrentarse en batalla desgarradamente; y que aquí, los mendas, si les descerrajan salvas de queso se van a dar cuenta y no vuelvan más.

Las elucubraciones sentaron mal a los nuevos vecinos de la villa. Todos deseaban ver la rivalidad estética y valerosa que ambos diestros tienen por separado. Pero a estos hombres de calidad extraordinaria en lides toreras necesitan toros creíbles en su condición indiscutible de adversarios, necesitados de dominio, sitio, verdad y toreo. Nadie debió contar con los cañones en el asalto a la muralla, incluso ni los mismos príncipes, porque se empeñan en enfrentarse a un armamento adulterado que imposibilita la victoria final. Los dos toros de Salvador Domecq fueron mansos, flojos, inválidos de categoría, en definitiva propios del arrastre inmediato. En sus vagas presencias se vio tímidamente el quite de capote en rivalidad de gaoneras y chicuelinas, muy poco para dar vistosidad a la fiesta. Los dos diestros deben hacérselo mirar porque los dos andan muy bien con el capote pero si se descuidan como ayer terminarán pareciéndose a peones de brega y sería una pena, penísima. Los animales de José Vázquez siguieron en la misma tónica de mansedumbre pero tenían algo de casta, suficiente para provocar lidias desatinadas por las cuadrillas; tardanzas hasta que los diestros se enteraron de algo; desajustes en los tiempos de acoplamiento; descreimiento de algunas posibilidades; sitios en las afueras; velocidades de crucero imposibles de domesticar; y ambos toreros y matadores llegaron al final con alguna tanda buena, algunos naturales, algún trasteo por debajo de mérito; para concluir con estocadas señaladas por horripilantes e inoperantes, más descabellos infructuosos.

Se personaron contra todo pronóstico dos ejemplares de Victoriano del Río que por sus extraños comportamientos parecían primos extranjeros y lejanos de las camadas pastueñitas que lidian los diestros de postín. Ahí fue cuando vimos algo. Urdiales en unas tantas finales sentidas, aunque necesita creérselo, de tirar hacia delante, de arrebatar con su destacada técnica, de traspasar su seriedad y convertirla en arrebato. Y Ureña, el jabato de la temporada pasada parece que está en forma plena, pero también necesita afirmarlo, de verdad indiscutible como antaño. Su faena se compensó con una oreja pero en verdad no estuvo a la altura de sus propias circunstancias ni del dominio que requería las dificultades del momento. En fin, anochece en el reino de Ur. Los príncipes necesitan rearmarse porque de su intencionalidad depende que las grandes batallas no sean insignificantes y se desvanezcan entre ruinas sumerias.

Corrida goyesca. 2 de mayo de 2017. Madrid.
Mano a mano entre Diego urdiales y Francisco Ureña con toros de las ganaderías de Salvador Domecq, José Vázquez y Victoriano del Río.

jueves, 2 de junio de 2016

Sobre la corrida de la Beneficencia en Madrid

Sorpasso.es

Por Paz Domingo

También hoy es un día para tomar lecciones. La corrida extraordinaria de la Beneficencia en Madrid es un instructivo ejemplo para calibrar en qué punto de declive está la fiesta de los toros en el espectro social. Llegó el aquelarre de hordas invasoras, tan iletradas y tan sumisas a los cantos mesiánicos como inconscientes de la trampa mortal que se esconde detrás de ese populismo mediático, concretado en divulgación chabacana, expuesto sin pudor y despreciativo con la razón. Y había que estar allí para verlo, para comprobar cómo ha cambiado el paisanaje de la plaza en la exaltación de la fiesta por la fiesta. Los taurinos de clavel que anteriormente poblaban los tendidos tenían al menos algunas claves para descifrar la esencia del espectáculo. Ahora los sucesores de aquellos isidros -concitados en un escenario mediante espectros internautas- ya no llevan códigos reventones en las solapas sino que lucen con desahogo una vanidad, una ignorancia y un dirigismo muy a tono con los estos tiempos tan individualistas de hoy en día, arrollando de paso a la fiesta a la cual se creen que tienen la obligación conceptual de exaltar. Y han consumado el sorpasso. No por propio amor a la misma, por supuesto, sino por amor propio a la notoriedad aunque sea postiza.

No sabían nada de nada. Ni pedir orejas. Había borricos volando a la vista y fueron a por ellos. Ignoraban estos neosabios-punto.es que los mamíferos alados no eran prodigios naturales sino criaturas clónicas salidas de tubos de ensayo y muy adecuados para el control remoto. Por supuesto, les daba igual que igual les daba. Los bellos adonis que debían escenificar la pantomima tardaron de darse cuenta de las buenas sensaciones para el disfrute y que los dioses reimplantados estaban con ellos. Pasó Castella, harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de encarnarse en figura propia. Pasó López Simón, harto de no hacer nada de nada, de saber poco de poco, de mandar menos de menos, y le cayó de sopetón -desde los tendidos enloquecidos, desde palco consentidor presidencial, desde la tribuna real voluntariosa, desde la trinidad interesada televisiva, desde del cielo inclemente y desde el mismísimo infierno, la rendición a la que está llamado por méritos ajenos. 

Y aquí cambió un poco la cosita. Pasó Castella, más harto de estar harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de no protagonizar a título individual el cortijo y agarró por las orejas al torito propicio para el sacrificio y que aleteaba juguetón a ritmo de melodía, subiéndose de inmediato en la ola de este nuevo público forjador del sorpasso en los conocimientos a lo taurino. Sabía el maestro que podía estar en maestro y lo hizo en algunas pausas acompasadas con lento temple aprovechando la despaciosidad que se sucedía en el juego alado. Con una tanda de naturales etéreos, más una media desmayada de extraordinaria estética, subió también a los puristas a la cresta de la ola. Se desencadenó el éxtasis y si a López Simón le habían abierto la Puerta Grande, ¿qué no deberían hacer con Manzanares? Como no tenían ni idea de lo que debían pedir, pues empezaron a pedir y pedir con vocerío de romería. Estos neo expertos reclamaban las orejas para el mesías, el rabo (del mesías no, del torito alado se entiende), la vuelta al ruedo (al bueno del torito, claro), el indulto (también al torito) y no sé cuántas cosas más ignoraban que se podían pedir porque aquí los analfabetos en estrategias de posicionamiento digital estábamos perdidos. Pasó López Simón, harto de tanto pintoresquismo. Y pasaron ambos diestros entre las hordas desquiciadas en el atardecer tibio de Madrid camino de la realidad virtual que se impone. 


miércoles, 1 de junio de 2016

'Saltillos'

Lección de lidia ineluctable para hoy

Por Paz Domingo
No estoy de acuerdo. La corrida de Saltillo no fue mansa, un calificativo tan rotundo como recurrente en las crónicas que leo esta mañana. La mansedumbre como cualquier otra noción actual (léase bravo, noble, incluso toreable) que defina el comportamiento de la cabaña ganadera supuestamente apta para la lidia es un término descontextualizado, manoseado, equívoco y que no sirve –al menos únicamente para este caso- porque casi todo el mundo identifica casta con docilidad, nobleza con babeo pastueño, bravura con “que se dejen apalear”, y mansedumbre con canto gallináceo.

No pretendo dar lecciones a nadie pero si se trata de precisar el proceder de los mencionados saltillos debo asegurar que Moreno Silva presentó un corridón de toros de inusual contundencia, de desacostumbrada bronquedad, de una casta ruda e insobornable. Ninguno de los seis animales en contienda –según la clasificación actual para topar con un manso- pisó los terrenos de chiqueros con apetencias deshonrosas, no se aquerenció en tablas, no pidió la muerte de manera obscena, e incluso uno de ellos desafió a la inmortalidad y a la placidez de los toriles con todos los cabestros a su alrededor y con tres acometidas letales en sus carnes. Es cierto que buscaban enardecidamente los bultos, que se engallaban, que les resbalaban frenéticamente los puyazos, que extraviaban los ímpetus de un caballo a otro, que no atendían a los engaños, que desafiaban campanudos como amos y señores de entrañas esquivas al sometimiento.

Intratables, puede ser. Y no todos. Según qué, cómo y por qué. Hasta que apareció el pregonao que hizo tercero en orden de salida, las dos cuadrillas respectivas con sus matadores al frente, dieron lecciones magistrales de inclasificables y negados controles lidiadores, consiguiendo exasperar de tal modo a los aficionados verdaderos allí congregados y armándose una gran bronca absolutamente merecida. Todo se realizó de forma ignorante. Todo, siendo lo más asombroso que ambos animales quedaron medio entregados a la muleta, con las cabezas altas es cierto, pero hasta con posibilidades de sometimiento con verdad. Especialmente claro fue el segundo, el más noble de embestidas y al que Aguilar, nada puesto, quiso esconder, desplazar y renunciar.

A partir de aquí, en los tres torazos de miedo que se sucedieron se produjo la revelación para quienes quisieron entenderla. Fue una clase magistral para deducir el sentido de la lidia, tanto de su existencia como de su esclarecimiento. Quedó prácticamente invencible eso que se hizo antaño en llamar lidia de toros. Casi imposible porque a estos pregonaos -que les sobraba entendimiento, aires campanudos, soberbia y descomunal capacidad de incertidumbre- no les pusieron en su sitio con la única arma posible: la exactitud. Este concepto, puede parecer vago de argumentación, pero consiste en defender el mando sin tregua y desde el instante primero. Hay que mandar abajo sin dilación y hasta sin ortodoxia, con firmeza, con arrojo de extraordinaria técnica, con inmensa valentía. Castigar, abajo, siempre abajo. Pero las varas cayeron como bombas de racimo, los capotes como armas cegadoras, las muletas como platillos volantes, las banderillas –las hubo hasta negras- como acicates de rebeldía, y las equivocadas astucias para contener la insubordinación resultaron granadas de mortero que el enemigo devolvía sin explotar.

Digo que es casi imposible que se pueda llegar a producir esta lección magistral de lidia auténtica sencillamente porque ya no se practica y por tanto no se puede aprender ni enseñar. Casi imposible porque sí hubo dos instantes de técnica e imponderable perfección, suficientes para aquellos seres avispados, aficionados en la verdad, con entendederas inteligentes y que comprendieran qué es eso de la lidia de un toro con todas sus maestrías. David Adalid puso varios pares de banderillas, pero la última tan colosal de mando que paró el toro en seco dejando los palos en la misma cara de la fiera. Del tamaño de esta proeza fue el capoteo por abajo de César del Puerto haciéndole bajar la altivez, parando la fuerza arrolladora e indicando con tal extraordinaria perfección y técnica quién manda (al toro y a los demás oficiantes en “lidia desgarrada y enloquecida”, según definió Joaquín Vidal la actuación de los profesionales en un encierro de idénticas características dificultosas de Moreno de la Cova en Madrid).

Tampoco estoy de acuerdo en los que aseguran que el potencial de la corrida nos haya trasladado a otro siglo. Quizá con esta aseveración sean capaces de ponderar lo que comúnmente es imposible que se produzca en este espectáculo adocenado. Lo es para los que no han visto nada parecido. O no lo recuerdan. O no lo han leído. Lógico, no estaban las televisiones de fondo, ni los cronistas interesados, ni las grandes figuras dispuestas al enfrentamiento. Alguna vez se ven cosas parecidas y es necesario reivindicarlas. Por tanto, con la misma rotundidad aseguro que los bulos de que estaban los animales toreados es una infamia. Lo que hay, señores míos, es la evidencia de ser pocos los hombres y toreros que sean capaces del dominio verdadero, tan pocos como ganaderos con tanto celo en la casta categórica. No es necesario que Moreno Silva pida perdón. Lo que procede es darle las gracias por mostrarnos la desnudez y la grandeza de la fiesta de los toros.

Sí, amigo Javier, el toro existe, como también hay alguna ganadería que presente animales de poder. El problema es que ni a unos ni a otros les dejarán a la vista, ni a la técnica. Al contrario, se pretende porfiadamente enterrarles en catacumbas después de haberles perpetrado auto de fe y hoguera pública.