lunes, 22 de marzo de 2010

Aventura de apuestas propias

La especulación no ha sido ajena al campo bravo. Y menos ahora. Son pocos los ganaderos que sobreviven con preocupaciones honestas entre la llegada de advenedizos sin oficio y explotadores mercantilistas sin escrúpulos. Un caso raro, entre todo lo que hay, podría ser el ganadero madrileño Carlos Aragón Cancela, empeñado en sacar adelante el encaste santacoloma, procedencia Buendía, y que es una anécdota en los derroteros evolutivos que marcan las preferencias de toreros y empresarios por determinado tipo de ganado que pisa los ruedos. La anterior entrada de este soporte digital estaba dedicada a dicho ganadero, y se recogía la decisión que ha tomado de preservar en el empeño por este peculiar encaste y en su voluntad de llevarlo a cabo. Es una tarea arriesgada, precisamente porque ajustarse a criterios férreos y certeros de selección lleva su tiempo y sus pérdidas, y además forma parte de una constancia que se desarrolla a paso lento. Se tienen que dar dos circunstancias importantes. Por un lado la intuición que permita idear una pauta exhaustiva de objetivos. Por otro, que las posibilidades económicas aguanten las esperas que hagan falta. Esto me recordaba a la historia –salvando las distancias y los tiempos- del también ganadero madrileño Don Esteban Hernández.
Don Esteban Hernández fue un ganadero de apuestas propias. Consiguió dar forma a esta aventura con la mejor parte que se reservó de la ganadería del conde de la Patilla y con la de don Jacinto Trespalacios, que había comprado en el último tercio del siglo XIX. Apostó por la casta andaluza, y también por la fiereza de sus ejemplares, convirtiendo su empresa en una de las ganaderías de más renombre del momento, con algo más de 1.500 animales.
El virtuoso ganadero madrileño falleció como consecuencia de una caída del caballo, continuando con su negocio de bravo los descendientes. Según recoge José María de Cossío, hereda la ganadería Esteban Hernández PLa, uno de sus hijos, que asume posteriormente un cruce con sementales del Saltillo primero, y Santa Coloma después, “quedando absorbida la casta vazqueña por la de Vistahermosa”. Desaparecerá durante la guerra civil española, después se recompondría el negocio familiar, tanto en la crianza, como su cambio de encaste.
El mejor contador de historias costumbristas, y también taurinas, Antonio Díaz Cañabate publicaba en el semanario gráfico El Ruedo -en el año 1948- un artículo dedicado a Don Esteban Hernández, a su dedicación, a su valiente oficio y, principalmente a sus toros, que como se lamenta en el texto “ya no existen”.
Deléitense con su añoranza.
Recupero un extracto de esta sentimental crónica.


EL PLANETA DE LOS TOROS
La salida de un toro
de don Esteban Hernández

ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE
Ya no existe la ganadería de don Esteban Hernández. Los toros de don Esteban Hernández, toros colmenareños, estaban bien criados. Don Esteban poseía las mejores tierras de pastos de la provincia de Madrid, prados en El Escorial, en Ciempozuelos, en Colmenar. Los toros comían no sólo toda la hierba que apetecieran, sino abundante y nutritivo pienso. Los toros de don Esteban estaban gordos y lustrosos. Daba gloria verlos, desde el tendido claro está. Siempre que se anunciaba en Madrid una corrida de don Esteban Hernández, yo iba al apartado para ver los toros de cerca. (…)
(….) Sonaban en la mañana dominical los cencerros de los cabestros. Su grato sonido, tan placentero para el aficionado de verdad, era lo único que rompía el silencio, porque todos los concurrentes hablábamos con voz queda, como temerosos de que los toros se enteraran de nuestra presencia. Y eso que los toros, en apariencia, nos desdeñaban. Allí estaban los seis de un corral, muy tranquilos, moviéndose con lento andar, balanceando sus cabezotas, tan hermosas caras de toro hecho, cinqueño, que imponen respeto aun en contemplados desde arriba, a buen recaudo. Cuando nos apoyábamos en el barandal, lo hacíamos solo con las manos y muy levemente, con el recelo de que cediera y pudiéramos caer en el corral.
Cuando, una vez celebrado el sorteo, comenzaban las operaciones preliminares del apartado, ya los toros perdían su calma, y aquellas fieras de tan malas pulgas obedecían dócilmente al juego de unas puertas y unos cabestros, y una tras otra quedaban enchiqueradas; pero no sin que alguna embistiera contra una puerta y saltaran las astillas hasta nuestros pies, y otra se resistiera la engaño de entra por aquí y sal por allí. Pero más vale maña que fuerza; su fiereza era domeñada, y sus muchos kilos, y sus muchos pitones, encerrados en un oscuro y reducido espacio, en el que permanecían unas horas.
Nos íbamos despaciosamente para casa, comentando el trapío de los toros de don Esteban Hernández. (…)
(…) Ya suena el clarín. Ya se abre el chiquero. Los aficionados, por nada del mundo apartamos la vista de allí. Iba a salir un toro de don Esteban Hernández, y esta salida era siempre un espectáculo de hondísima emoción. El animal salía raudo y recto. Frenaba enseguida la carrera. Se paraba. Alzaba su impresionante y bella cabeza, desafiante. La agitaba retadora. Allá, a lo lejos flamea un capote. No bien lo divisa, hacía él se dirige como una flecha, el rabo en alto. Su bufido estremece el aire. El peón salta la barrera, y un tablero le acompaña. El de don Esteban sigue su carrera. ¿Qué es aquello, qué son aquellos dos bultos que sus ojos inyectados en furia perciben? ¡Vamos a verlo! El de don Esteban llega a uno de ellos. ¡Es un caballo y un picador encima! ¡Bah poquita cosa! El de don Esteban, de un par de cornadas, se los echa a los lomos. Caen en revoltillo informe. El toro se ceba en el caballo. El picador está en peligro. Surge un capote; el toro lo desprecia. El capote sigue azotando su cara. ¡Ah, no; esto, no; a él no le hace cosquillas nadie! Y abandona su presa y persigue la tela roja, que se va retirando, retirando. ¿Es que se va a burlar de él? ¡Veremos! Y es tal su ímpetu que la tela se desprende de la mano que la sostiene, y por un segundo tapa la cara del toro, mientras un hombre, vestido de plata, brinca y desaparece. Por un segundo nada más, el capote permanece en el testuz; una cornada lo eleva, y en el aire se desmaya. El de don Esteban ha vuelto a erguir su noble y asombrosa testa. Ha vuelto a guiñar sus cuernos, como si los afilara en el viento. Luego la lidia se desenvuelve con mejor o peor fortuna. El de don Esteban pelea, algunas veces, con bravura; otras, con mansedumbre. Pero su salida no fallaba jamás. Su salida –sólo igualada por los veragüeños- era algo único, inenarrable e inolvidable.
Envío: A vosotros, Esteban, Pepe, Gabriel Hernández Pla, este recuerdo del ayer, con la esperanza de que os animéis a criar en vuestros soberbios prados otra casta de toros que enaltezca vuestro nombre, como lo enalteció vuestro padre.

Texto publicado en El Ruedo. Semanario gráfico de los toros
Madrid, 6 de mayo de 1948.
Año V. Nº 202. Director Manuel Casanova. Fundado por Manuel Fernández Cuesta

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