lunes, 16 de agosto de 2010

El respeto y el caldo de gallina

No estoy por las prohibiciones. Seguro, que usted tampoco. Lo intuyo. Formará parte de la trama legislativa, lo sé. Quizá, lo creo. Pero que una lo asuma sin rechistar es sumisión de las gordas. ¿Por qué tengo yo que asumir que me prohíban ir a ver toros a Barcelona? (Es un poner, como decían Las Virtudes). Después de esta estupidez alentada y auspiciada por resortes muy democráticos, pues resulta que lo que me provoca es darme un homenaje a lo grande. Eso sí, donde me apetezca, que bien puede ser donde a una no le miren mal, ni por sus posaderas ni por comparaciones odiosas. A todo esto, los que prohíben piden respeto y esta misma servidora no sale de su desconcierto. Es decir, que no entiende nada. Te dan un bofetón en tus mismísimas aficiones (de las reglamentadas de toda la vida) y además tienes que ponderar rendición de la buena bajo auspicios identificables con el seudo bienestar moral que -según aseguran los susodichos redentoristas- debe prevalecer por narices.
Les dejo en la soledad con el fondo prohibicionista y con un regalo de El Caña. Para los que fumen y para los que no. Para todos. Es un extracto del capítulo Una perla de ocho mil pesetas, publicado en su libro Las tres Marías, en Editorial Prensa Española.


Una perla de ocho mil pesetas
La comida había terminado. Cinco eran los comensales. Un matrimonio y sus tres hijas. La mayor de veintitrés años y la menor de diecisiete. Cinco pitillos se encendieron presurosos. La muchacha que servía la mesa entró aquella mañana a prestar sus servicios domésticos y por poquito se le escapan en voz alta estas palabras que no salieron de su pensamiento. “¡Ahí va, mi madre, qué familia! Aquí fuma hasta el gato”. Una de las chicas notó su gesto de asombro y preguntó:
- ¿Cuánto tiempo llevas sirviendo?
- Va para los dos años.
- ¿En cuántas casas?
- ¡Huy qué sé yo, he perdido la cuenta! Y no es que sea una lagartija que no se puede estar quieta en ningún lado. Lo que pasa es que una, pues, claro, una, ya se sabe, lo que quiere es ganar cada vez más, que es a lo que está una. Empecé por cuatro mil, porque una venía del pueblo atolondrá y no sabía de la misa la media y conforme me iba enterando por las compañeras y las amigas de que no hay que tener pelos en la lengua pa pedir por arriba, pues he ido saltando allí donde me daban más y ya estoy con ustedes en las ocho mil.
- ¿Y piensas plantarte o continuar saltando?
- Por el momento no tengo queja, pero, lo natural, una también tiene humos, aunque no tantos como ustedes.
- Ya se ve que no tienes pelos en la lengua. ¿Lo dices porque fumamos todos? Supongo que en esas casas donde has estado también fumarían las señoritas. No creo que te extrañe.
- No. Si no me extraña… es decir, sí, me extraña que fume el señor. Sólo recuerdo uno que fumara. De las señoritas todas, sin faltar ni una. Yo también fumo, pero de verdad, tragándome el humo, no como ustedes que lo hacen por presumir.
- ¿Qué tú también fumas? No será delante de nosotros –chilla la señora-.
- ¿Por qué no? Una compañera dice que el fumar es cosa de mujeres, no de hombres. ¿Es pecao? Pues si no es pecao lo mismo que fuman ustedes puedo fumar yo, digo, me parece a mí.
- No es pecado, pero es falta de respeto.
- Sé muy bien cuando tengo que fumar. Ya sé que sirviendo a la mesa está mal visto. Me lo dijo una señora, muy señora, mejorando lo presente, que me regalaba todos los días una cajetilla de caldo de gallina, porque a mí me tira el humo negro, no el rubiales que me resulta un si no es sosaina. El tabaco ayuda mucho al trabajo. Una servidora no podría fregar sin un pitillo…
- Bueno, muy bien, cuando estés sola en la cocina puedes hacer lo que quieras, pero cuando entremos una de nosotras, o salgas a los quehaceres de la casa, el pitillo lo dejas en el fregadero.
- Eso según y cómo. Las camas las tengo que hacer fumando.
- -¡Dios mío de mi alma! Pero, hija, ¿no comprendes que puedes quemar las sábanas en cuanto te descuides?
- Alguna vez me pasa, pero con echarlas un remiendo en paz, y sobre todo, a mí hay que tomarme como soy, con pitillo y todo y, si no, pues tan contenta. Me buscaré una casa de nueve mil, que las hay, y de seguro no con tantas exigencias.
Silencio. El matrimonio y sus tres hijas fumaban nerviosamente. Sobre la mesa se extendió espesa nube de humo. La muchacha empezó a toser.
- ¡El demonio del tabaco rubio! No sé cómo pueden ustedes tragárselo. ¿Quieren de los míos? Voy por ellos.
- No, no. Muchas gracias. Trae el café.
- De seguida.
Cuando dio media vuelta y desapareció, la señora se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Jesús! ¡Jesús! Esto es increíble. Estamos perdidos. Dos meses sin encontrar esta perla de ocho mil que nos ofrece caldo de gallina. ¿Qué hacemos? ¿La despedimos ahora mismo?
- Calma, calma, un poco de calma –recomienda el señor.
La perla volvió con el café.
- A ver si les gusta. Lo he hecho como en mi pueblo. De puchero, que es como sale mejor.
- ¿De puchero? Pero si te dije que lo hicieras en la máquina…
- Déjese usted de máquina. Tómenlo y verán lo que es bueno.
En efecto, el café de puchero estaba riquísimo. La perla puesta en jarras, esperaba la opinión. El señor dijo:
- Estupendo. Hacía tiempo que no tomaba un café tan exquisito.
La perla sonríe con suficiencia.
- Natural, señor, si una sabe lo suyo. Y ahora se van ustedes a fumar estos pitillos de caldo de gallina que les obsequia una servidora. Y verán si no tengo razón. ¿Les cambio yo el papel o se lo cambia cada uno?
El jefe de la familia se echó a reír. Su mujer lo fulminó.
- ¿De qué te ríes? No veo que la cosa tenga ninguna gracia, sino todo lo contrario. Esta muchacha…
- Un momento, mamá. No sigas. Vamos a fumarnos los caldos de gallina. No nos podíamos figurar que el café de puchero saliera tan rico. A lo mejor nos pasa lo mismo con estos pitillos y con probar nada se pierde. ¿Me quieres enseñar a cambiar el papel?
Su madre intentó oponerse y fue acallada por sus hijas y por su esposo. Ya están encendidos los cinco caldos de gallina. La muchacha sigue en jarras esperando los juicios. El padre es el primero que lo emite.
- Desde hoy no vuelvo a fumar más que caldo de gallina.
Asentimiento general. La señora de la casa otorga.
- Oye, rica, si no te molesta cuando hagas las camas procura dejar el pitillo en la mesilla y de vez en cuando le pegas un tiento.
- Como diga la señora. Una está para dar gusto a los señores.


Antonio Díaz Cañabate
Las Tres Marías

Editorial Prensa Española. 1976

lunes, 2 de agosto de 2010

Crónicas de Azpeitia

Día 30 de julio. Toros de Dolores Aguirre
Azpeitia y sus toros
Por Paz Domingo
(...) No resultaría fácil para algunos ver a los imponentes atanasios que salieron al ruedo. Incluso dirán que fue una corrida dura, o que manseaban. Nada de eso. Todos los toros ofrecieron condiciones extraordinarias (para lo que abunda hoy) en la muleta, con nobleza, entrega, sin retorcimiento, incluso con bondad. Ya se sabe que los toros de este encaste infrecuente son de salida muy bronca, no ofrecen una clara pelea en el caballo, tardan en colocarse en situación, para después ir dejando fijeza en las suertes de banderillas y si hay alguien que les aguante el primer pase, de verdad, en el sitio, se entregan en la muleta al más generoso sometimiento. (...) Crónica completa en http://sites.google.com/site/toroaficion/cronicas-de-hoy/azpeitia-30-julio


Día 31 de Julio. Toros de Palha
Venimos para quedarnos
Por Paz Domingo
Joao Folque Mendoza, ganadero de las afamadas dehesas portuguesas de Palha, recorría el círculo interior del albero moreno de Azpeitia recibiendo los saludos y enhorabuenas de los aficionados y taurinos que le regalaban entre abrazos efusivos. Alcanzó al mayoral en la puerta de arrastre, que instantes previos había hecho lo propio, desde el centro del platillo. Ambos, se fundieron en esta cortesía. Y todo terminaba en el día de ayer como verdaderamente empezó, recibiendo un premio que la comisión taurina y el consistorio guipuzcoano local entregaron al ganadero por el buen juego del toro Peluquero, lidiado en estas tierras toreras el pasado año.
Crónica completa en http://sites.google.com/site/toroaficion/cronicas-de-hoy/azpeitia-31-de-julio