martes, 7 de septiembre de 2010

Calasparra y su afición

La fiesta en la calle
Vengo de darme un homenaje a lo grande, de disfrutar del espectáculo hermoso de la fiesta en la calle, de la explosión de alegría, festividad y emoción, de hacer más grande mi alma torera, de impulsar mi afición comprobando cómo se exalta la reunión festiva en las calles de Calasparra, cómo se vibra con sus encierros, cómo toman forma el mito y la realidad del toro, cómo se ensalza el ímpetu alborozado de la vida, cómo se festeja la emoción, cómo se trasmiten los ímpetus y cómo se contagia la belleza.
Estuve en los dos primeros encierros, pero a buen recaudo de la hospitalidad de la familia de Bea, arriba de la calle de El Lavador, en su casa de puertas abiertas, tanto como su corazón pletórico de amabilidad y afinidad. Desde su atalaya, inundada por el sol mañanero, la vista avanza rápida en la situación. Las distintas alturas de los palos llenos a rebosar, de pie, sentados, los que buscan asegurar el mínimo resguardo de madera con la mano que sujeta y que impulsará en el momento decisivo. Los mozos nerviosos que transitan inundando todos los mínimos rincones de la calzada. La multitud de colores festivos. Las pañoletas de rojo intenso al cuello. Los sonidos coloristas de los músicos que despiertan retumbes en el corazón. Apenas se intuyen los movimientos de los pies, el trasiego nervioso de los calzados deportivos que sueltan a brincos el miedo. Las miradas furtivas a la televisión que conecta la simultaneidad, el estruendo del chupinazo, los cabestros que ya asoman tímidamente por los espacios que abre la puerta de los corrales, la arrancada lenta, carreras trepidantes hacia delante, la curva que enfila la estrecha calle Mayor, el resonar de las pisadas que cogen ritmo, las carreras hacia arriba, el impulso brioso, cuerpos pegados al límite. Cuesta arriba, la pendiente no intimida porque queda la amplitud de la calzada abarrotada de riadas instantáneas, de huída hacia delante o hacia refugios laterales. Todo es un griterío, una explosión que se deja acompañar por los cencerros, por los golpes de los pastores que cierran el desfile. Enfilan hacia el embudo de la plaza, que se divisa fugaz. Se estrecha abruptamente, y los animales pugnan para contraerse en el breve espacio. La explosión de júbilo en el coqueto albero, el trasiego indefinible de miles de movimientos que improvisan recortes imprudentes. Llega el recogimiento que se produce de manera rápida, y bien parece que deseada.
Son algo más de dos minutos, novecientos metros que van desde la Plaza de la Constitución hasta el coso de La Caverina. Una explosión festiva, precedida de buenos desayunos, con paloma, rosquillas, abundancia de café. Una explosión festiva que continúa en el trasiego por la puerta de los corrales, del interés que despeja el sorteo de las reses entre pasillos volados y pequeños, encaladas sus piedras, y de delgados ascensos. Una explosión festiva que no descansa, que sigue después con arroces intensos, de vinos familiares, de sobremesas largas hablando de toros. Preparados los cuerpos, aliviados del calor inclemente, atentos por la expectación, dispuestos a recoger miles de detalles y una vivencia única. Se vive intensamente. Aquí no viene cualquiera a ver toros, se lo aseguro. Incluso, provoca extrañeza que no se produzcan los estruendos típicos de bullanga y despiste. Pues no. Todo el mundo está a lo que está. A los toros.
La tarde pasa concentrada. El sol se aleja. Se busca lánguidamente el siguiente punto de reunión. Sucede la seriedad de la tertulia, de la puesta en común, de la voz en alto, de seguir, de comentar, de satisfacer las reflexiones meditadas, de buscar refugio para refrescarse antes del descanso. Y todo sigue. Y más. Y mañana más. Y así una semana vibrante en la intensidad de esta hermosa fiesta en torno al toro, a su simbología, a su alegría, a su poderío, a su contagio.
Fiesta en la calle, alegría de todos. ¡Qué lastima de aquellos que se la quieran perder premeditadamente! No hay nada igual en este mundo de cuerdos y sanos. Nada que se le pueda comparar.
Tengo muchas cosas que contarles de este hermoso pueblo de corazón torero. Mañana más.

1 comentario:

  1. Gracias Paz, por contar de forma tan bella y apasionada la Fiesta en este pequeño pueblo, pero de gran corazón torero. Soy murciana...pero no ejerzo. Si hubiese tenido la oportunidad de elegir, sin duda, habria pedido ser calasparreña.
    Esperemos, pues, que este Oasis taurino, al que referenciaste tan acertadamente, el pasado año, y que a muchos nos emocionó, siga manteniendo su magia. Bendita pregonera!!!. Un abrazo. Gloria. Murcia.

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