lunes, 13 de septiembre de 2010

Crónica. Albacete

Ni blanco ni negro, quizá cárdeno
Por Paz Domingo

Plaza de toros de Albacete. 11 de septiembre de 2010
Toros de Adolfo Martín para José Luis Moreno, Rafaelillo y Antonio Ferrera

A la salida de la coqueta plaza albaceteña, los ánimos de los aficionados allí reunidos se encontraban divididos. La discrepancia estaba en el si había gustado la corrida de Adolfo Martín, o si había fracasado el juego de sus animales. Y ambas posturas quedaron intactas, sin influenciar unas sobre las otras. Los toros saltillos de Adolfo Martín salieron bien presentados, excelentes en cabezas, de configuración a la antigua, veletos, soberbios de intimidación, entrepelados cárdenos, de textura brillante. Tenían casta, ni amarga, ni dulzona, más evidente en los tres primeros ejemplares. Tenían también nobleza, muy definida, por ejemplo, en el último ejemplar. Buscaban enfrentamiento bajo los petos, algunos empujaron pero sin grandes determinaciones, y la mayoría sirvieron para ejecutar faenas en la muleta. Les faltaron a los saltillos pies, acometividad y picante.
Así, yo me encuentro en la parte de los que vimos interesante esta cita de los santacolomas en esta plaza manchega, bellísimamente engalanada para celebrar el tercer centenario de la feria de septiembre, original y puramente ganadera. Según los comentarios que se han filtrado, tres de los animales que se lidiaron en Albacete fueron desechados por los veterinarios madrileños de la corrida de toros que echaron para atrás en la cita que tenía Adolfo Martín en el ciclo de San Isidro. Las excusas de entonces fueron los kilos insuficientes que aportaban los animales para este festejo. Un dato importante que se puede escapar, si no se analiza, es que los saltillos de Albacete estuvieron entre 480 y 520 kilos, y que por tanto, la justificación de entonces tampoco debía ser para tanto, pues todo el mundo sabe que el remate de kilos en este encaste no puede ser causa de su discriminación.
Sin embargo, una corrida tan bien presentada, sin complicaciones insalvables, y muchas toreables, se dio de bruces con los ímpetus inciertos de los tres matadores. José Luis Moreno intentó el sitio verdadero, pero no le aguantó el corazón, ni el deseo, ni sus buenas maneras en los lances del capote, incluso sus atisbos de clasicismo, haciendo más evidente sus contradicciones en su segunda intervención, con un toro algo más incierto por una lidia desastrosa, y lo estropeó con enganchones, tirones, más miedos insospechados. Quedó Rafaelillo muy desajustado, derrochando la casta de su primer toro, suprimiendo el temple, olvidando el mando, para después desasirse del compromiso que le imponía en su segunda intervención un toro que quería pelea en el caballo y al que le regaló castigo en exceso. Después, justificó con muchos aspavientos toscos lo que no pudo la verdad de las distancias, ni el temple necesario, ni el dominio obligado. A Ferrera le tocaron los dos ejemplares de nobleza más evidente, especialmente el sexto, que resultó espectacular en esta materia. Dejó desacoples frenéticos en el segundo tercio -que presume de controlar-, posturas grandilocuentes en terrenos de las afueras, tirones violentos, ineficacia y la evidencia de que la suerte cae del lado de la mantequilla.

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