miércoles, 28 de mayo de 2014

Bastonito, en mi recuerdo y en el suyo

(Homo tauris amans)
El hombre que ama a los toros

(...) El escritor Antonio Peña y Goñi precisó hace un siglo: “Las cuestiones taurinas son extremadamente complejas, porque tratan de un arte cuyos principales detalles se resisten a una exacta comprobación”. Efectivamente no hay un argumento matemático en el mundo de los toros, pero hay algo más poderoso, si acaso tangible: la emoción que traslada este animal cuando se desarrolla en todo su esplendor morfológico y temperamental. Quien ha vivido la extraña experiencia de inquietarse con la bravura que pueda llevar dentro un toro de lidia, queda capacitado de por vida para amar apasionada y desinteresadamente este espectáculo tan incomprensible, y al mismo tiempo tan portentoso. Después lo vive, lo retiene, lo busca, lo cuida, y sobre todo lo rememora porque es consciente que representa la esencia de todo.

La memoria de los aficionados taurinos es una faceta pasmosa dentro de la complejidad del ser humano. Es sorprendente. Los toros que alcanzan una dimensión extraordinaria y compleja son evocados por su propio nombre, -como si de un dios se tratara-, por aquellos que fueron testigos de este hecho tan singular. Los admiradores recuerdan sus movimientos en el ruedo, su pelea en el caballo de manera exhaustiva, su comportamiento desde su aparición por la puerta de toriles hasta el último pase de muleta, incluso de su muerte. Saben de su historia, de sus genes, de su ganadería, de su contrariedad cuando no hay oponente, pero sobre todo, de la emoción que estrecha cualquier juicio riguroso, y hace grandísimo un espectáculo en el que la técnica tiene que dominar al impulso.

Y buscando en nuestra sobrenatural memoria quedan imágenes del descomunal Bastonito, de la ganadería de Baltasar Ibán, en una tarde memorable. El hombre, César Rincón, y el portentoso animal se enfrentaron cuerpo a cuerpo en una pelea se supervivencia, de dominio, de fuerza, de talento. Así, aquel combate es un ejemplo que bien merece la representatividad de todo lo que despierta en el corazón y en el alma de los aficionados, que explica su amor por un entretenimiento incomprensible fuera de una plaza de toros, que alienta su vocación por la autenticidad de todo lo que representa, que lo guarda celosamente en su memoria, que lo acaricia porque es hermoso, y que lo protege porque es verdadero. No hay más verdad que una: la legitimidad de una lucha en que no gana la técnica porque ejecuta, ni la inteligencia porque somete, sino la verdad desnuda que transforma la carnalidad de este espectáculo en arte sublime.

Texto completo en
https://sites.google.com/site/toroaficion/crisis-taurina/capitulo-uno

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