domingo, 11 de mayo de 2014

Crónica. Segundo festejo. Feria de San Isidro 2014


Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 10 de mayo de 2014
Segundo festejo de la Feria de San Isidro 2014
Toros de Martín Lorca para los diestros Ángel Teruel, Miguel Tendero (que sustituía a David Galván) y Juan del Álamo.

Algo bonito

Por Paz Domingo
Hoy hay algo bonito que contar. Juan del Álamo es un torero y en estos tiempos huecos es mucho decir. Tiene méritos propios para creerlo por su extraordinario capote, su madurez en la muleta y su valentía para volcarse en la suerte final. Es ya por su demostración en las adversidades una mente madura para el toreo, quizá un talento innato que a veces se convulsiona por tanta juventud. Así que este joven aspirante a figura de origen salmantino, de veintidós años, de cabello ensortijado, de rostro adolescente, de cabeza amueblada se impuso por torero a una descastada, desigual, floja, correosa e insustancial corrida de Martín Lorca y a sus dos compañeros de aventuras.

La tarde triunfal fue ciertamente una curiosidad. Juan del Álamo cortó una oreja pero lo hizo como nadie esperaba. En primer lugar, por el toro que tenía delante. No era del hierro titular sino un sobrero a punto de ser excluido de la lidia por superar la edad reglamentaria, que salió en tercer lugar manseando, añorando la estabulación que había padecido en meses; marcado con el hierro de El Vellosino, que tampoco ayuda; contrahecho para más señas; que repartía tornillazos; que salió de los muchos pinchazos cabeceando como un loco; y que nos dejó sin verónicas, además. Y en segundo lugar, porque este muchacho supo ver la posibilidad de nobleza del animal después de quedar fijado en banderillas. Cuando casi nadie daba un duro por la materia el torero salmantino se colocó en el sitio y fue metiendo al toro imperfecto en tandas ligadas, toreadas y justas. El animal quedó ahormado al primer instante, con la mirada incansable en el diestro, exhausto, toreado, pidiendo una muerte salvadora. Faltó echarle la muleta a la izquierda con mayor celeridad y le sobró el molinete final, pero se volcó en la perfección de la espada quedando la faena triunfal en justa medida.

Con media puerta grande abierta le fue a salir por chiqueros una pesadilla para el torero. Un animal bronco que despistaba tanto como complejidad llevaba en las entrañas. Confiado del Álamo en su capacidad para resolver se llevó una voltereta con caída estrepitosa en la dureza del albero que dejó al torero descompuesto para los restos de la faena. El toro se crecía en desaires violentos con su buena arboladura y el hombre intentó la imposibilidad tirando de mucho valor y algún recurso innecesario que ahora no le hace falta. Su nerviosismo se convirtió en desatino porque pasó muchos apuros para matar a la res ya convertida en ladina y traicionera.

Ángel Teruel estuvo perdido, no aportó nada y de la buena impresión del año pasado ha pasado a una insulsez con las imperfecciones del toreo moderno. Y Miguel Tendero, que había entrado por una sustitución y por la valentía demostrada hace unos días en esta plaza, se perdió también en una nebulosa en las afueras, en estocadas impropias y en un lote calamitoso.

Sí, hubo algo bonito, el toreo que dejó Juan del Álamo. Pero también hubo algo bueno, muy bueno. La vara de dejó caer Óscar Bernal al sexto toro de la tarde y que correspondió a Juan del Álamo, es la perfección y el sentido de este viejo espectáculo. La colocación en la distancia, el reclamo del caballero de frente, la naturalidad de la contención, la fuerza que se estalla para dejar paso a la potencia que se relaja. Y lo que está por entender es la razón de que nos dejen sin esta maravilla todos los días. ¡Vaya olvido!

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